8.
- No entiendo qué te pasó -dijo Carolina. Estaban sentados en un parque en Miraflores. Era un parque algo alejado, pequeño, cerca al IPCNA de la avenida Angamos. Era 28 de julio. Se alejaron del parque Kennedy porque estaba infestado de gente. Era jueves.
- Se me bajó la presión, eso dijeron en el hospital.
Mario tenía heridas en el rostro, algo amoratadas, algo cicatrizadas. De todos modos parecía como si alguien le hubiera partido la cara.
- ¿Dónde te caíste exactamente?
- En la avenida Aviación.
Carolina tocaba el rostro y las heridas de Mario. Lo trataba como si el accidente acabara de suceder.
- Fue el sábado -apuntó Mario.
- Sí. Pero se ve que estuvo dura la caída.
- Fue contra el asfalto.
- ¿Qué?
- Me caí de cara contra el asfalto.
Carolina hizo una mueca de dolor. En seguida siguió acariciándolo.
- Bueno, de qué querías hablarme -preguntó Mario.
Carolina bajó la mirada. Llevaba un polo y una casaca marrón (ésa casaca que tanto había visto Mario, una y otra vez desde junio, y que no quería dejar de ver) y debajo de la casaca llevaba una camisa a cuadros, chiquita (en comparación con la de Mario) y desabotonada, que dejaba ver un polo negro con el símbolo de Batman de Tim Burton.
- He estado pensando toda esta semana...
- Aja.
- No es que quiera dejar de verte, Mario.
Se preparó para uno de aquellos momentos llenos de pánico, en los que la persona a la que amas está a punto de abandonarte. Se sintió tan bien pasando por aquello otra vez. Una desazón más grande que la anterior, o más pequeña, o quién sabe: absolutamente insignificante. Una raya más al tigre. Esto es tan adolescente, pensó Mario.
- Pero las cosas son como son.
- Sí te entiendo. Claro que te entiendo.
- Solo pienso que es injusto.
- Claro que es injusto -dijo Mario.
- Sé que tú y yo nos llevamos muy bien.
- Eres la chica que siempre he querido para mí -dijo Mario.
- Exacto, tú también lo eres. Eres lo que siempre he querido.
Se miraron a los ojos. Se aguantaron un beso. Siguieron discutiendo.
- Pero es imposible.
- Imposible.
En seguida, Mario agregó:
- Claro. Sino, no tendría gracia.
Carolina asintió.
- Tienes razón.
- Mira, no sé tú, Carolina, pero yo te amo.
- Eso. Yo también te amo.
- Pero no conozco a tu novio. - Dijo Mario.- Y se puede decir que lo nuestro es punto aparte.
Carolina se quedó pensando un rato. Mario sacó un cigarrillo y se puso a fumar. Era 28 de Julio. La tarde caía. El mensaje presidencial estaba en boca de todos. Cuando Mario se dirigía al encuentro con Carolina, en el micro, después de almorzar, el presidente seguía dando su discurso, y por la radio (por todas las radios y canales del país) se oía aquella voz. Hablaba de cifras y de cosas de ése tipo. Nadie lo escuchaba. Todos miraban por la ventanilla el cielo gris de la tarde. Alguien preguntó: ¿sigue hablando este huevón?
- Esto es horrible -dijo Carolina, una vez que se percató de lo complicado que era aquella situación.
- ¿Por qué dices eso?
- No quiero separarme de ti.
Mario la abrazó.
- Siempre vamos a estar juntos -dijo.
Se besaron. Chocaron labio contra labio. En seguida Mario sintió aquella necesidad. Era el cuerpo de una chica, y era el mundo entero de esta chica lo que estaba pendiente entre sus brazos. Pero no era más que una buena amiga, en realidad, algo enamorada, ilusionada, cansada de su relación formal, desahogando un montón de deseos hasta ahora reprimidos, ahogados en comida que ahora eran kilos de más, y una aventura casi insignificante. Mario, con su sobretodo marrón, tez blanca, pelo desordenado y negro, barbilla y moretones del fin de semana, era un chico interesante. Era un buen partido. Y Carolina se jugaba su reputación. Todo por ese cuerpo y esa promesa.
- Mario, lo que hago esta mal.
- No esta mal. Solo dices que esta mal porque los demás dicen que está mal.
- Es hacerle daño a otra persona. Quiero estar contigo, pero antes debo terminar con Renato.
- No seas tonta -dijo Mario, señalando el cielo gris de Lima-, te vas a quedar sola.
- ¿Y tú?
- Yo sólo estoy de paso.
Carolina frunció el ceño. Más bien, miró de reojo a Mario largo rato, hasta que se cansó de eso y achinó tanto los ojos que tuvo que mantenerse inmóvil largo rato. Finalmente dijo:
- Un momento dices que me amas y al siguiente sólo estás de paso.
- Es que es cierto.
- Vete a la mierda -le gritó Carolina, y luego desapareció calle abajo.
- No entiendo qué te pasó -dijo Carolina. Estaban sentados en un parque en Miraflores. Era un parque algo alejado, pequeño, cerca al IPCNA de la avenida Angamos. Era 28 de julio. Se alejaron del parque Kennedy porque estaba infestado de gente. Era jueves.
- Se me bajó la presión, eso dijeron en el hospital.
Mario tenía heridas en el rostro, algo amoratadas, algo cicatrizadas. De todos modos parecía como si alguien le hubiera partido la cara.
- ¿Dónde te caíste exactamente?
- En la avenida Aviación.
Carolina tocaba el rostro y las heridas de Mario. Lo trataba como si el accidente acabara de suceder.
- Fue el sábado -apuntó Mario.
- Sí. Pero se ve que estuvo dura la caída.
- Fue contra el asfalto.
- ¿Qué?
- Me caí de cara contra el asfalto.
Carolina hizo una mueca de dolor. En seguida siguió acariciándolo.
- Bueno, de qué querías hablarme -preguntó Mario.
Carolina bajó la mirada. Llevaba un polo y una casaca marrón (ésa casaca que tanto había visto Mario, una y otra vez desde junio, y que no quería dejar de ver) y debajo de la casaca llevaba una camisa a cuadros, chiquita (en comparación con la de Mario) y desabotonada, que dejaba ver un polo negro con el símbolo de Batman de Tim Burton.
- He estado pensando toda esta semana...
- Aja.
- No es que quiera dejar de verte, Mario.
Se preparó para uno de aquellos momentos llenos de pánico, en los que la persona a la que amas está a punto de abandonarte. Se sintió tan bien pasando por aquello otra vez. Una desazón más grande que la anterior, o más pequeña, o quién sabe: absolutamente insignificante. Una raya más al tigre. Esto es tan adolescente, pensó Mario.
- Pero las cosas son como son.
- Sí te entiendo. Claro que te entiendo.
- Solo pienso que es injusto.
- Claro que es injusto -dijo Mario.
- Sé que tú y yo nos llevamos muy bien.
- Eres la chica que siempre he querido para mí -dijo Mario.
- Exacto, tú también lo eres. Eres lo que siempre he querido.
Se miraron a los ojos. Se aguantaron un beso. Siguieron discutiendo.
- Pero es imposible.
- Imposible.
En seguida, Mario agregó:
- Claro. Sino, no tendría gracia.
Carolina asintió.
- Tienes razón.
- Mira, no sé tú, Carolina, pero yo te amo.
- Eso. Yo también te amo.
- Pero no conozco a tu novio. - Dijo Mario.- Y se puede decir que lo nuestro es punto aparte.
Carolina se quedó pensando un rato. Mario sacó un cigarrillo y se puso a fumar. Era 28 de Julio. La tarde caía. El mensaje presidencial estaba en boca de todos. Cuando Mario se dirigía al encuentro con Carolina, en el micro, después de almorzar, el presidente seguía dando su discurso, y por la radio (por todas las radios y canales del país) se oía aquella voz. Hablaba de cifras y de cosas de ése tipo. Nadie lo escuchaba. Todos miraban por la ventanilla el cielo gris de la tarde. Alguien preguntó: ¿sigue hablando este huevón?
- Esto es horrible -dijo Carolina, una vez que se percató de lo complicado que era aquella situación.
- ¿Por qué dices eso?
- No quiero separarme de ti.
Mario la abrazó.
- Siempre vamos a estar juntos -dijo.
Se besaron. Chocaron labio contra labio. En seguida Mario sintió aquella necesidad. Era el cuerpo de una chica, y era el mundo entero de esta chica lo que estaba pendiente entre sus brazos. Pero no era más que una buena amiga, en realidad, algo enamorada, ilusionada, cansada de su relación formal, desahogando un montón de deseos hasta ahora reprimidos, ahogados en comida que ahora eran kilos de más, y una aventura casi insignificante. Mario, con su sobretodo marrón, tez blanca, pelo desordenado y negro, barbilla y moretones del fin de semana, era un chico interesante. Era un buen partido. Y Carolina se jugaba su reputación. Todo por ese cuerpo y esa promesa.
- Mario, lo que hago esta mal.
- No esta mal. Solo dices que esta mal porque los demás dicen que está mal.
- Es hacerle daño a otra persona. Quiero estar contigo, pero antes debo terminar con Renato.
- No seas tonta -dijo Mario, señalando el cielo gris de Lima-, te vas a quedar sola.
- ¿Y tú?
- Yo sólo estoy de paso.
Carolina frunció el ceño. Más bien, miró de reojo a Mario largo rato, hasta que se cansó de eso y achinó tanto los ojos que tuvo que mantenerse inmóvil largo rato. Finalmente dijo:
- Un momento dices que me amas y al siguiente sólo estás de paso.
- Es que es cierto.
- Vete a la mierda -le gritó Carolina, y luego desapareció calle abajo.
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